viernes, 26 de abril de 2019

Paredes blancas

Son casi las dos de la madrugada cuando comienzo a escribir esto, puedo sentir como mi pecho se oprime y una sensación familiar en mis ojos se hace presente, el paso previo a llorar pero no, no puedo y no quiero hacerlo. Quizás ya esté harto de hacerlo o tal vez ya no salga nada.
Vuelvo a sentirme solo, a sentir como la oscuridad de la habitación me atrapa y me cuenta sus secretos al oído y este sangra. Los secretos entran en mi cabeza y golpean por todo el lugar, empiezan a arder.
Soy esto, un bollito en medio de la cama intentando protegerse de una vieja amiga que vuelve por él, por mi mente pasan muchas imágenes, sonidos. Entre ellos gritos, llanto, gente pidiendo perdón y una voz femenina entre lagrimas diciendo: No quiero eso para mí, ya no puedo más.
Y hoy la puedo entender, quizás en su momento también pero solo deseaba huir de ese lugar, saber que pedia ayuda pero había algo más fuerte sobre ella, era rutina que la manejaba, una costumbre que no podía abandonar. Ahora lo comprendo totalmente al volver a ocultar mi cuerpo, a apagar las luces, a esquivar espejos y mi propia mirada. Soy esto aunque pida ayuda, aunque intente cambiar, aunque me esfuerce, de una forma u otra siempre vuelve.
Las voces ajenas se hacen más fuertes, las miradas punzantes y la salida más lejana.
Ya no se para dónde ir, quizás no quede otra forma. Tal vez es necesario es tocar fondo para saber que no hay un más abajo, así que simplemente le hago un espacio en la cama a esa vieja amiga y les cuentos mis nuevos secretos para que luego corramos a las paredes blancas, para ir y quizás ahora ya no volver a verla.