martes, 31 de octubre de 2017

Libro terminado.

Joder.
Quizás este mal estar escribiéndote pero hoy, bajo el cielo celeste de una tarde primaveral lo hago porque lo necesito, porque es lo que me pide el alma.
Ha pasado ya casi un año desde que todo se desvaneció entre mis dedos, que se escapara como si fuera arena o cenizas aunque estas últimas manchen. Y pensándolo bien, creo que eso eres, cenizas porque estoy manchado de ti pero es tan suave al tacto.
Las cadenas en mi cuello, en mis brazos, en todo lo físico que soy me impiden —Y creo que en parte es bueno— acercarme a ti pero encuentro —Aunque sea malo— la forma de hacerlo por más que lastimen. Perdiendo mi orgullo, todo en lo que he trabajado, mi bienestar para poder decir lo que llevo dentro, eso que hoy me genera un fuerte dolor en el pecho, ese que no me deja respirar y duele como los mil demonios que eramos tu y yo juntos. Y a pesar de todo, acá estoy, hablándole al pasado como si estuviera bien. Y ese es el problema que estoy dejando entrar lo que en un momento decidí dejar atrás, abandonar. Porque te necesito, al menos para decir adiós.
Podría hablar sobre lo que extraño de ti, sobre tus labios, tus ojos, tu sonrisa o tus hoyuelos pero esos recuerdos se los llevará el viento y espero que los traiga cuando esté envejeciendo.
Fuimos lo que necesitamos, al menos en ese momento, perfectos ante los ojos del otro, rotos ante las miradas de los demás. Piezas que encajan para nuestras almas, veneno para nuestras heridas.
Fuimos creciendo juntos, madurando y sabiendo que el otro... Dios, abandonando al otro porque no fuimos capaz de tomar la situación y los problemas por los cuernos y mandar todo al diablo. Pero en lo más profundo de nuestra mente pensaremos que hicimos bien las cosas, que lo hicimos por el otro.
Me gustaría poder expresar mis recuerdos pero no hay palabras para describir la perfección de esos instantes pero me da miedo algún día olvidar todo eso que algún día me hizo bien, que realmente el viento se lo lleve y jamás me lo devuelva. Me da miedo perderte por completo aunque solo viva de momentos, de pasado, de memorias de lo bueno.
Eras eso que le daba sentido a las canciones, la inspiración de mis historias, la sonrisa en mi soledad, la tristeza en mi bienestar.
Me enseñaste a tener a alguien en los peores momentos y a saber que estoy solo en los mismos. Que no todo es perfecto pero no por eso no puedes amarlo, que una espina es parte del rosal y la belleza en una cicatriz.

Cierra los ojos, imagina que te abrazo y siente como nuestras almas se hacen una porque no importa donde, cuando ni como, ellas siempre estarán juntas.

Entre llanto, humo, dudas y un gran vacío por delante forjamos un amor que nos haría entender todo y a la vez saber que debemos de escapar pero no poder hacerlo.
Puedo recordar en el silencio de mi habitación tu respiración al dormir e intentar no olvidar lo que me decías ante un sueño fingido.
Porque los obstáculos ante la utopía de la felicidad eterna fue lo que más nos dolió. Porque pensamos que habría una eternidad en vez de aprovechar la eternidad de ese instante.
La necesidad del tacto del otro, el ruego. La pasión, el morbo, el peligro, la adrenalina en una sola caricia imaginaria.
Teníamos todo pero no nos dimos cuenta que cada uno por su lado, era todo.
Me enseñaste sobre el orgullo, el amor propio, la necesidad, y el olvido.
Intenté ser quién cuidara al otro, el escudo ante la primer piedra pero fuiste el más fuerte de los dos al dejar todo atrás mientras que yo le escribo al recuerdo que tengo de ti bajo el cielo sin estrellas de una noche de primavera. Y hoy libero todo eso, dejando que los momentos, los sueños, las promesas y los recuerdos se vayan esperando que si algún día vuelven, me dejen respirar porque ahí es donde habré aprendido a usar todo lo que me enseñaste. Porque hoy estoy terminando este libro para poder empezar a escribir el mío.
Porque el para siempre no está en los años, en la eternidad o en un reloj de arena, está en esos segundos donde nos mirábamos a los ojos y sabíamos que todo lo podíamos.

Te doy este pedazo de mi alma destrozada para que te cuide, acompañe y no vuelvas a estar solo porque no importa lo que pase, ahí estaré abrazandote.

jueves, 12 de octubre de 2017

Espejos.

A veces es mas fácil andar por la vida con los ojos cerrados. No por miedo al mundo, si no, por no vernos a nosotros mismos.
Es tan simple quedarse con las palabras de desprecio de los demás, con las miradas llenas de prejuicios.
A veces es tan difícil mirarse al espejo y no sufrir por eso. No tener miedo de que alguien te vea más allá de la ropa que puedas usar. Porque además de los miedos, no hay nada más intimo que la desnudez en un cuarto lleno de hormonas a flor de piel.
Duele y sufres tanto por todo eso que tienes miedo de mostrar.
De a poco vas sintiendo que todo lo que eres, está mal, es poca cosa y nunca seras lo suficiente para alguien.
Le temes al espejo porque no hay peor mirada que la tuya, por donde vayas posando los ojos vas encontrando un defecto nuevo, algo más para odiar de ti.
De a poco vas perdiendo la ganas de ver a alguien, porque no deseas que esa persona vea todo lo que desprecias de ti mismo porque se va a espantar, va a huir. Puede que le generes asco.
Con el pasar del tiempo te vas tomando asco, te vas odiando por no tener la capacidad de ser distinto. Y te terminas volviendo nada, solo un trapo viejo lleno de lágrimas.
Va pasando el tiempo y te vuelves solo un montón de ropa gigante que representa tu propio mundo, uno dónde estás a salvo de las miradas de desaprobación de los demás. Uno dónde el Dios es la privacidad, el misterio, y la ceguera. Y el diablo es la mirada propia.
Hasta que llega un punto donde deseas desaparecer, dónde el odio que sientes es tan grande que comienzas a desquitarte contigo mismo pero aún así, el dolor no se va.
Pero, tarde o temprano tiene que llegar el momento donde puedas pararte frente a un espejo abrir los ojos y romper el cristal. No importa como, no interesa si lo haces con golpes, despreciandolo más que el a ti, o gritándole que eres perfecto tal cual estás. Solo romperlo, dejar de ser su esclavo.
Ese momento donde usemos lo que nos guste, que no importe nada. Dónde dejemos de sufrir calor solo para no usar menos ropa, dónde dejemos de correr para escondernos bajo un montón de tela.
Un momento donde empecemos a querernos, si, querernos, amarnos, entendernos, cuidarnos, valorarse uno mismo. Sentirnos bien frente a nuestra propia mirada.
Pero... No importa que tanto peleemos, siempre vamos a darnos vuelta para buscar un espejo, para encontrar una aprobación, para recordarnos que somos un defecto pero no uno más del montón, el principal. Porque siempre vamos a estar atados al espejo de nuestra mirada.