jueves, 12 de octubre de 2017

Espejos.

A veces es mas fácil andar por la vida con los ojos cerrados. No por miedo al mundo, si no, por no vernos a nosotros mismos.
Es tan simple quedarse con las palabras de desprecio de los demás, con las miradas llenas de prejuicios.
A veces es tan difícil mirarse al espejo y no sufrir por eso. No tener miedo de que alguien te vea más allá de la ropa que puedas usar. Porque además de los miedos, no hay nada más intimo que la desnudez en un cuarto lleno de hormonas a flor de piel.
Duele y sufres tanto por todo eso que tienes miedo de mostrar.
De a poco vas sintiendo que todo lo que eres, está mal, es poca cosa y nunca seras lo suficiente para alguien.
Le temes al espejo porque no hay peor mirada que la tuya, por donde vayas posando los ojos vas encontrando un defecto nuevo, algo más para odiar de ti.
De a poco vas perdiendo la ganas de ver a alguien, porque no deseas que esa persona vea todo lo que desprecias de ti mismo porque se va a espantar, va a huir. Puede que le generes asco.
Con el pasar del tiempo te vas tomando asco, te vas odiando por no tener la capacidad de ser distinto. Y te terminas volviendo nada, solo un trapo viejo lleno de lágrimas.
Va pasando el tiempo y te vuelves solo un montón de ropa gigante que representa tu propio mundo, uno dónde estás a salvo de las miradas de desaprobación de los demás. Uno dónde el Dios es la privacidad, el misterio, y la ceguera. Y el diablo es la mirada propia.
Hasta que llega un punto donde deseas desaparecer, dónde el odio que sientes es tan grande que comienzas a desquitarte contigo mismo pero aún así, el dolor no se va.
Pero, tarde o temprano tiene que llegar el momento donde puedas pararte frente a un espejo abrir los ojos y romper el cristal. No importa como, no interesa si lo haces con golpes, despreciandolo más que el a ti, o gritándole que eres perfecto tal cual estás. Solo romperlo, dejar de ser su esclavo.
Ese momento donde usemos lo que nos guste, que no importe nada. Dónde dejemos de sufrir calor solo para no usar menos ropa, dónde dejemos de correr para escondernos bajo un montón de tela.
Un momento donde empecemos a querernos, si, querernos, amarnos, entendernos, cuidarnos, valorarse uno mismo. Sentirnos bien frente a nuestra propia mirada.
Pero... No importa que tanto peleemos, siempre vamos a darnos vuelta para buscar un espejo, para encontrar una aprobación, para recordarnos que somos un defecto pero no uno más del montón, el principal. Porque siempre vamos a estar atados al espejo de nuestra mirada.

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