Quizás esta sea la última carta que te escriba, y por eso,
prefiero decirte todo ahora, ya no guardar nada, y terminar de romper mi
corazón:
Me gustaría ser un
silfo, y no sentir nada. Ser como el viento, solo flotar y pensar. Haber sido
inteligente, y no haber contradicho a mi mente, sabía que lo nuestro no
funcionaria. Solo fui como una ondina, y recibí el castigo.
Una persona me enseño
que el destino es un poder sobrenatural, inevitable e ineludible, que guía la
vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido de forma necesaria y
fatal, en forma opuesta a la libertad. Pero alguien, quizás más cercano que la
anterior me enseño que está en nuestras manos moldear nuestro destino, crear
nuestro futuro, como crearon a Pandora de un poco de barro. Que no es necesario
seguir al pie de la letra lo que nos tienen preparado. Que es posible crear una
salida en los callejones sin salida, que no es necesario girar a la derecha
para facilitar las cosas, que si miramos hacia adelante, y pisamos fuerte,
podremos aferrarnos al futuro que deseamos escribir.
Que lo fácil es
tentador, pero lo difícil da ganas de vivir, de seguir luchando. Es fácil
querer darse por vencido, que cuesta levantar la cabeza, mirar hacia adelante y
luchar cuando uno está cansado, pero esa sensación de haber conseguido lo que
queríamos, no la da el darse por vencido.
Que hasta los silfos,
que son la parte de la naturaleza más sabia, se pueden equivocar. Terminare con
psique vagando por la tierra. Lo nuestro solo fue obra de Himero, ya que
Anteros no creía en la decisión que Eros había tomado.
Le pediré a la vida
que me encadene sobre Cáucaso y arranque mi corazón con las garras de una gran
águila cada noche. O que Hefesto se apiade de mí y haga un corazón sin
sentimientos.
Quizás nunca te lo
dije con palabras, te lo dije con la mirada, con el corazón, eras o eres mi
sonrisa, mi felicidad a quien quiero y deseo, y no el tipo de deseo que Himero
produce, si no ese amor que Eros concibió. Eres como mi Dafne pero sin ser el
laurel en mi cabeza, eres la canción que Orfeo toca con su lira a las puertas
del inframundo, el cinturón de afrodita, eres tan importantes como las alas de
Hermes en sus pies, como el bastón de Hefesto, como la droga que libero a los
hermanos de Zeus del estómago de Crono, igual que la piedra que se tragó
este, como los ciclopes liberados del
Tártaro, como el Tártaro encerrando a Crono y a los titanes, como Helios que
advirtió la traición de Afrodita.
Te quiero como Afrodita a Ares.
Te quiero como Apolo a Dafne.
Te quiero como Orfeo a Eurídice.
Te quiero como Ulises a Penélope.
Te quiero como Perseo a Andrómeda.
Te quiero como yo al chocolate.
He quedado atrapado en ti como Ares y Afrodita en las redes de oro que Hefesto tejió.
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