jueves, 12 de mayo de 2016

Eugénie: Sacrificio.

Sacrificio.

Bom... la cabeza me da vueltas, siento como si me estuvieran aplastando la cabeza, intentando hacerla pequeña. En clase de historia nos contaron que había unos indios, o aborígenes, creo que debería ponerme estudiar, del cual no recuerdo su procedencia, que achicaban las cabezas de sus habitantes. No se cómo sentirían esa sensación cuando lo hacían o si se los hacían en vida. Pero algo así me siento, o peor. El olor del lugar no me ayuda, las ventanas estaban cerradas y esto impedía que entrara ruido o saliera, así como el olor a cobre que ambientaba la habitación.
No daba más, mi cabeza explotaría en cualquier momento, al menos ya dejo de llorar, de suplicar.
Mientras bajaba la escalera breves y rápidos recuerdos venían a mi mente. Podía verlo ahí, al final de la escalera mirando al mismísimo vació que le cree, no había lágrimas, solo sangre. Un gran charco de sangre. Y así comenzó todo...
Mis notas no son lo que yo o mis padres desearían para mí. Sus esfuerzos por mis estudios han sido en vano, no he podido ser lo que ellos deseaban, querían lo mejor para mí pero solo he podido darles vergüenza.
Mi vida se vino en pique cuando mis notas comenzaron a bajar, pude zafarme la mayoría de mis años en la secundaria pero lo que fueron los últimos dos, todo se vino abajo. Junto conmigo, mis compañeros, mi familia y todo lo que se me podría ocurrir y lo que no.
"Es que no logro entender los temas"; "Ya mejorare, lo prometo". Solo excusas, míseras, estúpidas e inservibles excusas. De nada sirvieron, nunca me fueron útiles, solo era una manera de alargar el tiempo, impedir lo inevitable.
Incluso deje de dormir, deje de soñar, deje de creer que todo estaría bien.
Cambie, todo cambio de mí. La chica llena de sueños, esperanzas, alegría se había ido de mí. Lo que dejaba para mi privacidad lo empecé a mostrar. La infelicidad de mi rostro ya dejaba de ser oculta tras una sonrisa, incluso empecé a envejecer, si, suena raro pero empecé a envejecer. El pelo se me caía, veía como mi piel se agrietaba... Mis dientes se opacaban. Envejecía en la flor de la vida. Hasta que, ese día encontré la solución.

En mi instituto hay doce pruebas importantes, una por cada mes. Si, sé que las clases no duran doce meses pero los desgraciados toman doce evaluaciones. hay meses donde tomen dos, a veces tres o más. La cosa es estar listo, cada prueba es por materia. Y si desapruebas no podrás aprobar la materia, durante los primeros cinco años llegaba a la nota mínima para aprobar pero cuando llegas a los últimos dos no es suficiente, no puedes graduarte sin tener una nota perfecta, en caso de no conseguirla repites el año, cursas cada materia de los últimos dos.  Los pocos chicos que no aprueban son muy mal vistos en el colegio, me he reído tanto de ellos que no podría ser uno más.

Según un programa de Discovery Channel, del cual no recuerdo el nombre porque ¿Quién se acuerda los nombres de esos programas o le presta atención? Quiero decir, hay que estar demasiado aburrido para estar viendo uno de esos. Volviendo al tema, sacrificios. Antiguas civilizaciones hablaban que si sacrificabas a un habitante de tu comunidad obtenías un milagro.
Mi comunidad, es mi clase. Mi milagro, aprobar las doce pruebas pero una muerte significa un milagro, traducción, una sola materia.
¿A qué me refiero? Fácil, En mi curso eran... 33 personas, 12 murieron por una causa desconocida, 5 escaparon porque se corría un rumor que era por una maldición que había caído casualmente a nuestro curso. Solo era por un friki que había visto uno de esos animes con historias raras que lo dejo con el trauma. Y ahora quedamos 13, el número de la suerte. De la mía. ¿No entienden?

Hace dos años atrás estaba en una de esas noches llenas de humedad quejándome de cómo se encontraba mi pelo, en cada cepillada se caía uno o dos mechones. Intentaba arreglarme porque venía uno de esos chicos lindos a estudiar a casa. Nos entendemos, ¿No? Bueno, no es de esa forma. Realmente venía a estudiar.
Termine de arreglar mi rojizo pelo, lo ate en una coleta alta. Me vestí con una camisa cuadrille -Que me iba un poco grande- blanca y negra, un jean desgastado -Que también me iba suelto- y descalza.
El timbre sonaba con insistencia, a los gritos avisaba que estaba en camino. Baje lentamente la escalera, no quería caerme, suelo ser muy torpe. La cabeza me dolía terriblemente, pegue un grito de dolor al cortarme con un trozo de vidrio que descansaba sobre uno de los escalones, lo arranque de mi tobillo, tirándolo al piso y continué mi camino. La cabeza me explotaría, en cualquier instante mis sesos volarían por todos lados dando un nuevo color a la sala.
Este chico, del cual actualmente no recuerdo el nombre -Aunque me acompañe diariamente a cada lugar donde vaya. Al menos tiene la decencia de esperar afuera del baño- estaba sentado sobre la entrada de casa, con el brazo estirado para poder alcanzar el timbre, giro su cabeza hacia mí y simplemente sonrió -Es raro que a pesar de todo, aun me sonría- se levantó con la ayuda del marco de la puerta.
Una vez instalados en mi habitación comenzó a explicarme mi peor pesadilla. Intentaba descifrar cada horror que había en ella, cada incógnita, cada algo que nunca lograba entender. Pero me di por vencida tirándome sobre la cama.
—Odio matemáticas, no logro entender —El morocho de ojos claros solo se reía de mí—. Si antes me dolía la cabeza, ahora peor.
—Solo necesitas práctica.
—Necesito práctica en tantas cosas, como el sexo, hace mucho no lo practico —Si, lo dije en voz alta. Maldita mi boca y mis hormonas —. No, no.

El pelinegro tomo esas palabras como la señal equivocada, y se abalanzo sobre mí. Me tomo del cuello y fue directo a mi boca. Sus labios chocaron con los míos y su mano descendía a mis senos. No pude evitar largar un gemido que se perdía en su boca. Su mano hacia cada vez más presión sobre mi pecho derecho, entre gemidos pierdo la noción de todo y no me doy cuenta cuando mi camisa esta desprendida dejando ver mi corpiño negro, mis piernas separadas con el jean desprendido y el masajeando mi entrepierna. Su erección podía verse a flor de piel y chocaba con mi pierna.
Lo primero que hice al reaccionar fue tomar mi lámpara, rompérsela contra la cabeza.
—Loca de mierda
Empecé a arrojarle los adornos que tenía sobre mi mesa de luz mientras que comienza a correr fuera de la habitación. Su pálida piel me deja observar con facilidad ese rastro carmesí que produjo mi lámpara al chocar con su cabeza. Y me gusta ese color.
Me levanto para perseguirlo y mi pantalón cae a mis tobillos, lo más fácil es sacármelo. Lo veo correr por el pasillo que lleva a la escalera, corro detrás de él como si se tratara de una película de acción donde el malo persigue al bueno. El idiota pisa el trozo de vidrio haciendo que caiga por la escalera rodando y yo, como siempre, bajo lentamente los escalones. Tomo el pequeño esa pequeña pieza de lo que alguna vez fue un jarrón, un vaso o algo, lo veo dando un grito de dolor y en mi mente pasan muchas cosas.
Veo a los jefes de las civilizaciones antiguas dando el discurso antes del sacrificio, veo a la víctima arrodillo pidiendo a los Dioses que su muerte no sea en vano. Y veo a los seres divinos cumpliendo los milagros. Observo al morocho pidiéndome disculpas. Queriéndome dar explicaciones sobre lo que paso arriba, que hace tiempo no tiene sexo, que comprendió mal mis palabras y pensó que era una señal para que me tome en mi cama, en mi habitación, en mi casa faltándole el respeto a mis padres que esta noche están ausentes. Y los escucho, a ellos diciendo: Hazlo y tendrás tu milagro.


Ha pasado seis meses, mi cabello vuelve a crecer, mis dientes toman ese color blanco que me gusta presumir al sonreír.
Doce milagros se me cumplieron. Acá estoy, en mi último año, a punto de graduarme. Mi cuerpo vuelve a ser el de una chica de 18 años, mis caderas firmes y presumidas al moverse.
Aun necesito doce milagros más para ser libre a todo esto. Mi comunidad es mi clase, que hoy en día es como un reloj de 13 horas, que espera que se cumplan los 60 minutos rogando que el próximo sea su compañero de banco. Y ahí, el numero 13 sentado al final de la clase, usando sus brazos como almohada. Mirando los números que hay para elegir.

El timbre de casa suena dos veces mientras bajo lentamente los escalones.
—Malas noticias, Eugénie. —Me dice el morocho que me espera abajo, lleva el cabello alborotado presumiendo su marca carmesí en la frente. Al caminar cojea, al menos le quedo esa cicatriz y no su erección —. Muy malas.
En la puerta hay un hombre alto, de unos 30 años -Quizás 40 pero no lo aparenta- con el pelo bien peinado hacia un costado, de ojos oscuros y las manos en los bolsillos. Se presenta ante mi madre como el nuevo inspector del caso "Tiempo" -Luego les explico-. Inmediatamente miro a mi costado y veo a mi morocho sonriendo y golpeando sus dientes con el aro que lleva en su lengua. Y detrás de él mis 11 milagros pasados.

Vuelvo a ver al inspector que ahora me mira a los ojos, y me doy cuenta que este año los Dioses, y especialmente Abdiel, tendrán 13 sacrificios. Y yo, 13 milagros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario